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Una flor encantadora y tóxica, suspendida entre lo bello y lo inquietante, como una metáfora visual de Latinoamérica.
Un hongo que contiene el paisaje: la cordillera arriba, el mar abajo. Un puente entre escalas y mundos.
Una escena para compartir, donde entre copas y uvas se esconde una silueta que evoca un paisaje inolvidable.
Tulipanes rojos vibran con fuerza sobre una escena donde lo frío y lo geométrico dan paso a la vida.
Una tetera convertida en florero: lo cotidiano toma un nuevo sentido y florece más allá de su función original.
Un amanecer tibio y lleno de vida, donde la luz se filtra en tonos suaves y todo parece comenzar de nuevo.
Un ficus vibrante se disuelve en atmósferas líquidas, entre lo real y lo imaginado.
Una escena íntima y luminosa: un florero sobre mantel a cuadros que celebra lo cotidiano con delicadeza.
Una esfera suspendida en calma, rodeada por la luz difusa de un cielo que nunca amenaza con llover.
Una secuencia precisa se interrumpe, y en ese quiebre, los colores se deshacen como agua en movimiento.
Una escena cotidiana convertida en símbolo: una planta descansa en una silla de playa que desafía la perspectiva.
Un río serpentea sobre formas orgánicas, trazando en su recorrido la sabiduría intuitiva de la naturaleza.
Una flor amarilla flota en el centro de un espiral, recordándonos que incluso lo pequeño puede contener profundidad.
Una composición sutil y serena, donde el color y la forma trazan un espacio para imaginar lo que aún no ocurre.
Una escena contenida en sombras y azul profundo, donde lo vivo se expresa en rojo.
Una escena densa y vibrante, donde el azul profundo se abre paso para hacer brillar el color vivo de lo vegetal.
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